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Un año de audacia


Queridos alumnos: ¡enhorabuena!
Hemos llegado al final de este curso que en septiembre pasado se nos presentaba especialmente lleno de retos. ¡Y los ha habido! Os habéis enfrentado a muchas dificultades: mascarillas, grupos burbuja, separaciones en los patios, confinamientos… Los habéis afrontado valientemente de la mano de vuestros profesores y en equipo, y, poco a poco, habéis ido subiendo la escalera de la audacia para ser mejores.
De hecho, comenzasteis convirtiendo piedras, de las que hunden hasta lo más hondo, en escalones que nos llevan hacia nuestra Reina en el Cielo. Cada reto, una piedra. Eso es algo muy grande: disteis la vuelta a la realidad que parecía muy negativa y le sacasteis todo su jugo, haciendo que esa negatividad se convirtiera en ocasión de ser mejores. La urna que habéis entregado en la eucaristía da fe de ello, y eso que no contiene todas las piedras que realmente habéis escalado. Gracias por haberos entregado tanto, aceptando las puertas que Dios nos ha ido abriendo cada día, aunque parecieran difíciles, y no parándoos inútilmente delante de las puertas que se cerraban. Vuestros profesores os han enseñado a hacerlo y habéis respondido. ¡Muchas gracias!
Debo deciros que me ha llenado de orgullo ver que habéis ido todavía más allá. Los esfuerzos por hablar mejor que habéis hecho estos últimos meses, para mantener en alto la corona de María en cada una de vuestras clases, han sido impresionantes. Es verdad que el clima del mundo en este tiempo nos empuja a dejarnos llevar de los nervios, los miedos y las prisas, pero os habéis parado y habéis reformulado, para que ese ambiente no entrara en nuestros patios ni aulas. Y todo por amor a la Virgen María, al grito “¡Que no caiga su corona!”. Los “coronómetros” en vuestras clases muestran cómo lo habéis logrado: es verdad que no todos los días hemos tenido la misma fuerza y, a veces, ha bajado la corona, pero no habéis dejado que caiga. De hecho, estos últimos días de curso algún coronómetro ya casi no cabía en el aula y la corona ha llegado hasta el techo. Sé que nuestra Reina está feliz viendo cómo habéis crecido hablándoos de manera enaltecedora, aplicando los coladores de “hablar con educación, con calma y sin enfado”.
Con todo lo que habéis vivido, y la alegría que habéis mantenido este curso a pesar de todos los retos que hemos encontrado, os habéis convertido en un ejemplo para todos nosotros, los adultos que os vamos acompañando en vuestro crecimiento. Vuestros padres y vuestros profesores nos sentimos muy agradecidos a Dios porque nos ha permitido ver cómo os habéis esforzado sin perder la mirada puesta en el Santuario. Me consta que todos están impresionados de ver el espíritu valiente y alegre con que habéis afrontado este curso.
Este agradecimiento que llevamos dentro debe expresarse y salir más allá de nuestros muros. No somos dueños de él: la gracia que da Dios se recibe y debe transmitirse. Esto me hace pensar que falta una estrella entre las que habéis presentado en este festival de fin de curso, conquistadas por todos nosotros y regaladas por nuestro Padre Dios en los últimos años: la estrella de la alegría, la de la confianza y la audacia. Por eso, pidamos un año entero para vivir la gratitud y que nuestra Reina nos obtenga esta estrella para que brille en lo más alto de nuestro Santuario Colegio. Viviremos cada circunstancia con un corazón agradecido, porque este año hemos descubierto que hasta en los momentos más difíciles Dios nos abre nuevas puertas, y cuando las cruzamos nos volvemos mejores personas y el mundo es más humano. Así, aunque las circunstancias del curso próximo sean inciertas, y acaso sean más difíciles o menos que las de éste, nos abriremos a decir “gracias” y a vivir todo desde la confianza y la fuerza que brotan de un corazón agradecido.
Queridos alumnos: ¡hay tantos motivos para dar gracias! Os habéis esforzado y Dios ha recompensado vuestra entrega, convirtiéndoos en caballeros y reinas llenos de audacia y valentía. Gracias, porque con estos esfuerzos habéis contribuido al capital de gracias de nuestro Santuario Colegio y la Reina sigue estableciéndose aquí y trayendo los regalos de la fuerza de Dios. Ahora, llevad esto a vuestras casas y a los lugares de veraneo, recordando que también ahí debéis mantener en alto la corona de la Virgen, no dejando que caiga. Os merecéis unas vacaciones y un descanso, pero eso no significa que debáis olvidar quiénes sois: sois hijos de María, reyes y reinas de Schoenstatt, el lugar más hermoso en el que Ella ha puesto su casa. Llevad la alegría del Santuario allá donde vayáis y no olvidéis nunca:
¡Que no caiga la corona!
Queridos padres: ayudad a vuestros hijos ahora, más aún, por favor, a custodiar el tesoro de audacia que llevan dentro. Ayudadles a hacerlo crecer y a vivir siempre conforme a este ideal al que están llamados. Gracias a todos.
Con Cristo, su Hijo, bendíganos la Virgen María.

Pablo Siegrist Ridruejo
Director