Queridas familias:
La vida, hoy, nos somete a una prueba muy grande y, muchas veces, notamos caer sobre nosotros las tentaciones de la perplejidad, el desconcierto y la desconfianza. El ruido del mundo parece tentarnos por momentos para olvidar que somos únicos y especiales a los ojos de nuestro Padre Dios. Si Él ha permitido esta pandemia terrible, que tiene aterrorizada a nuestra sociedad en sus casas, ¿cómo podemos decir en el Colegio, con alegría y seguridad: “Dios es Padre, Dios es bueno, bueno es todo lo que Él hace”? Esta crisis pone en jaque nuestras creencias más íntimas y nos lleva a replantearnos si la fe no será algo naíf que empleamos con nuestros alumnos sólo como medio de motivación infantil, pero sin un fundamento verdadero.
En el Colegio Nuestra Señora de Schoenstatt sabemos que esto no es así, simplemente, porque ya lo hemos vivido. Cada una de las crisis que hemos sufrido en nuestra historia; cada una de las dificultades que hemos debido afrontar; cada una de las incertidumbres que se han generado sobre nuestro devenir, nos han confirmado que Dios guía nuestros pasos y, a pesar de tantos errores cometidos, Él vela por nuestro Colegio, por cada uno de nosotros y de nuestros alumnos. Hemos visto gestos reales, pequeños y concretos, en el día a día, en los que Él nos ha regalado su cuidado con delicadeza y ternura, pero también con firmeza y claridad. Cuando las olas del miedo nos han amenazado, hemos experimentado la seguridad de sabernos confirmados en la misión, a través de mensajes del padre Kentenich, que leemos a diario; a través de vuestras palabras de agradecimiento; a través de la sonrisa de nuestros alumnos; a través de la oración, uniéndonos espiritualmente a María, con las Hermanas, en el Santuario.
El padre Kentenich recordaba con frecuencia la importancia de fortalecer nuestra fe en la Divina Providencia. No una fe inoperante, estática, sino una fe en acción, práctica, que se hace vida y llega a convertirse, de hecho, en “la obra maestra de hoy día”, cuando el Espíritu Santo nos la regala y nosotros la cultivamos. Él decía que, por medio de esta fe práctica, “recibimos nuevamente «antenas» para los valores más importantes, ya que esta fe compromete constantemente nuestra voluntad, nuestro corazón, nuestra razón”. Esta fe, simplemente, requiere de nosotros hacernos la pregunta: ¿Qué me quiere decir Dios con esto? Esta pregunta nos coloca en otra dimensión, en la voluntad de Dios. Hay dos voluntades, como decía San Agustín: la de Dios y la mía. La nuestra puede fallar, la de Dios nunca. Por eso, es tan sencillo, pero a la vez importante, hacerse esta pregunta y Dios ya se encargará de que encontremos la respuesta. Todo en mi vida, hasta el vuelo de una mosca tiene un sentido: contiene un mensaje de Dios para mí. No se trata de hacer grandes cosas, sino, como nos dice el padre Kentenich, sólo de “buscar, descubrir y amar a Dios, y responderle con nuestra vida: darle una respuesta sencilla, auténtica y llena de fuerza, capaz de dominar la vida ejercitando pequeñas virtudes”.
La Familia de Schoenstatt sabe mucho de esta fe, porque es su eje y fundamento. Esa fe es la que animó a los primeros congregantes, en torno al padre Kentenich, a pedir a María, por amor, que se estableciera en la capillita que tenían en la huerta y que hoy, gracias a la respuesta de María y a la fidelidad de todos ellos, se ha convertido en nuestro Santuario, desde donde Dios se hace presente en el mundo. Por eso, hoy decimos con certeza que, a esta crisis, como a cualquier otra, por fuerte que sea, sólo podemos responder eficazmente desde la unión de nuestra comunidad con nuestra Reina, que nos enseña a mirar al Padre y a descubrir su presencia amorosa en medio de nosotros.
Así, en el Colegio seguimos dando todo con la valentía del que sabe que está cumpliendo la misión más grande: regalar lo que somos, por amor, en cada clase “virtual”, a nuestros alumnos. Esto es lo que tenemos y lo que nos hace fuertes. Sabemos mirar a nuestros alumnos a la cara, sabemos cuidarlos y hacernos cercanos –aunque estemos lejos físicamente–, porque son lo más importante para nosotros. Por ellos, afrontamos seguros la entrega de cada día, conocedores de nuestras limitaciones y de las que vienen impuestas por las circunstancias de confinamiento, pero también conocedores de la grandeza del amor que busca cualquier medio para romper las barreras y acercarse a nuestros queridos alumnos.
El padre Kentenich nos recuerda que vivimos sólo del amor, que eso es lo que da sentido de verdad a nuestras vidas y nos hace felices. ¡Hemos sido amados por el Creador de la vida! Estos días de Pascua lo recordamos especialmente: ¡Él, que lo puede todo, ha dado la vida por nosotros! ¿Cómo podría abandonarnos? ¡Es imposible! Por eso, con el padre Kentenich, le pedimos: «Guíanos según tus sabios planes y se cumplirá nuestro único anhelo”: vivir plenos y felices. Y es que Dios nos ha regalado nuestra Reina para que no nos perdamos ninguno: nos quiere a todos felices para siempre junto a Él. Por eso, queridas familias, con la tranquilidad y la confianza que nos da sabernos en tan buenas manos, os animo a vivir cada día, también ahora, con mucha confianza y alegría.
Un fuerte abrazo,
Pablo Siegrist Ridruejo
Director