Hay un lugar que nos pertenece como Colegio Nuestra Señora de Schoenstatt: el Santuario. Toda la acción educativa transcurre unida a este lugar, donde habita nuestra Madre, Reina y Educadora. Es una escuela de personalidades libres, firmes y llenas de Dios; por eso, capaces de afrontar las dificultades que nos trae la vida como oportunidades para crecer.
Estamos viviendo unas circunstancias extraordinarias que nos demandan respuestas extraordinarias. Por eso, el último día en el que estuvieron los alumnos en el Colegio, quisimos reunirnos en torno al Santuario. María nos llamó: repicando la campana, nos acercamos a un momento de oración todo el Colegio y le volvimos a entregar a Ella la corona.
Desde un año hasta las mayores de Secundaria nos pusimos bajo el poder victorioso de María. Confiamos en que Ella tiene el poder para protegernos y cuidarnos. Nos sentimos honrados por ser hijos de esta Reina y le pedimos que se viniera con cada uno a casa.
Éste es nuestro gran tesoro: tenemos a María en casa. Ella nos ayudará a sacar de nosotros un comportamiento de altura. Sabemos que a Ella le alegra cuando nos tratamos con un lenguaje enaltecedor, cuando seguimos un horario equilibrado, cuando buscamos el orden y la belleza en nuestras relaciones y en nuestro hacer cotidiano.
Queremos responderle a su presencia entre nosotros con nuestro esfuerzo por darle alegría. Sabemos que Ella nunca se deja ganar en amor.
¡Que no caiga la corona! Mantenemos en alto el Reino y nuestra Reina. Todas las dificultades que nos traiga este tiempo, las cobijamos en su corazón de Madre y CONFIAMOS en su protección y cuidado.
Con el Padre Kentenich rezamos la oración de Confianza:
“En tu poder y en tu bondad, fundo mi vida,
en ellos espero confiando como niño.
Madre Admirable, en ti y en tu Hijo,
en cada circunstancia, creo y confío ciegamente. Amén.”
Por último, recordamos estas palabras del Padre Kentenich del año 1939 que nos alientan y animan para lo que estamos viviendo:
EXTRACTOS DE LA SEGUNDA ACTA DE FUNDACIÓN
“En los mismos momentos que nos hemos alejado del bullicio del día y de la intranquilidad y nerviosidad de los tiempos actuales, para una celebración íntima, estamos espiritualmente unidos con toda la Familia en nuestro pequeño Santuario. Sacerdotes, religiosos y laicos, adultos, jóvenes y niños, mujeres y hombres, niñas y jóvenes se encuentran en múltiple variedad en torno a la Madre Tres Veces Admirable de Schoenstatt. Del país y del extranjero, de la tierra y de la eternidad, todos se han reunido aquí. Con cordial agradecimiento, profundo afecto y ardiente expectación se dirigen a su rincón predilecto. Estamos en medio de ellos.
Nuestros pensamientos y nuestros sentimientos vuelan nuevamente hacia el pasado. Viejos recuerdos de acontecimientos y vivencias colmadas de gracias se despiertan en nosotros. ¡Cómo quisiéramos que ellos nos mostraran las futuras tareas de nuestra Familia! Todos nos damos cuenta de que estamos ante una catástrofe mundial y ante un cambio radical de los tiempos, y una y otra vez se nos plantea nuevamente la pregunta: ¿será éste el tiempo para el cual la Divina Providencia ha forjado el arca de nuestra Familia? ¿O deberá crecer y volverse más devastador aún el diluvio? Así, se encuentran en nuestros corazones el pasado, el presente y el futuro: intenso agradecimiento, secreto anhelo y alegre esperanza.
Y mientras más nos compenetramos de este ambiente, con santo recogimiento y serenidad, todo lo que nos rodea, con mayor fuerza, nos habla, nos indica, nos anuncia algo: la imagen y el altar, los bancos, las ventanas, las condecoraciones, tumba de los héroes, plaza e Iglesia de peregrinos, antigua y nueva Casa de Ejercicios, el Seminario Mayor y el Hogar de Peregrinos, todo nos habla de las maravillas que ha obrado desde aquí la gracia divina y la omnipotencia suplicante de la Santísima Virgen, durante estos 25 años, en toda la Familia, en nosotros y en círculos más amplios.
Pero todo también nos hace esperar, sin embargo, aún mayores misericordias divinas en el futuro, bajo la condición de que sepamos ser testigos, intérpretes e imitadores de la sabiduría divina que se manifiesta en el acontecer del mundo.
Una mirada escudriñadora a través de los 25 años transcurridos nos hace repetir con profunda devoción las palabras del Salmista: «¡Alabaré eternamente las misericordias del Señor!». Todo lo grande y valioso que hemos recibido durante este tiempo, en este santo lugar, está íntimamente ligado con la Madre, Señora y Reina de Schoenstatt. Simplemente Ella es el don que la sabiduría, bondad y omnipotencia divina ha querido regalar, de un modo especial, el 18 de octubre de 1914 a nuestra Familia y, por su intermedio, nuevamente al mundo entero. Lo que se ha realizado desde aquí es obra suya.
Es Ella la que, por su intercesión, ha encendido en nuestras filas esfuerzo heroico por la santidad y vida heroica de santidad (…).
Ella ha cuidado que encontrásemos el valor de tender siempre de nuevo las manos hacia las estrellas, a pesar de nuestras continuas faltas.
Ella cuidó que todos los problemas de la época los comprendiéramos como tareas de los tiempos y, como tales, los acometiéramos con valentía.
Ella nos hizo ver la gran ley de construcción de nuestra Familia, según la cual nosotros, como hijos de la guerra, sólo podremos crecer y prosperar en la lucha y en la batalla, en las pruebas y en las persecuciones.
A Ella le debemos la inmensa gracia de que aquellos peñascos destinados a exterminarnos, llegaran a ser los poderosos peldaños que nos llevaron de modo seguro a Dios, y que nos introdujeron en el mundo de nuestra misión y de nuestra tarea.
Ella nos educó y nos formó como Familia e individualmente, tal cual somos hoy; Ella nos conquistó y aseguró el puesto que hoy ocupamos en la Iglesia. De este modo se han verificado las palabras de Vicente Pallotti: “Ella es la gran misionera». Ella ha obrado milagros. Verdaderamente ha demostrado ser la Madre y Reina Tres Veces Admirable de Schoenstatt: admirablemente poderosa, admirablemente bondadosa y admirablemente fiel. Lo que se pidió y esperó en el Acta de Fundación se ha realizado exactamente: la Santísima Virgen ha establecido aquí su trono de gracias de modo especial, y desde aquí ha manifestado en muchas formas su gloria al mundo entero. En virtud del derecho de conquista ha llegado a ser nuestra Reina y Madre.
La fuerza avasalladora de su amor, de su bondad y cuidado por nosotros, nos hizo fácil que por libre elección, y libre voluntad nuestra, la entronizáramos siempre de nuevo, como Reina de nuestra Familia y de nuestros corazones (…).
Desde lo más profundo del alma podemos cantar y rezar esas palabras: «Puede rugir la tormenta, silbar el viento, caer los rayos… soy como aquel niño que piensa: padre y madre son los timoneros». La palabra mágica que «obró milagros» durante la guerra del 14 y que hasta ahora siempre nos ha acompañado, cobra, desde este momento, un sentido más profundo y un contenido más pleno. Se trata de aquella divisa: ¡Mater habebit curam! ¡La Madre cuidará!
Todo lo demás lo dejamos en manos de nuestra amada Madre Tres Veces Admirable de Schoenstatt. Con las palabras «Mater habebit curam«, la Madre cuidará, en los labios y en el corazón, avanzamos alegres hacia el tiempo futuro. No faltarán dificultades. Estamos preparados para ello. Confiamos que con la gracia divina podremos vencerlas como en los 25 años pasados. (…)”.
- José Kentenich
Hna. María Crevillén
Jefa del Departamento de Formación