Hoy en día es importante volver al origen del significado de la palabra innovar. Debemos aprovechar este tiempo que estamos viviendo en el que muchos colegios se están dejando llevar por la ola de “lo que toca”, en vez de hacer lo que es adecuado para sus alumnos en los tiempos que vivimos, sin perder la coherencia con el proyecto educativo propio. Y eso significa reformular lo que sea necesario y sostener aquello que sabemos que es un bien para el aprendizaje de nuestros alumnos en colaboración con sus familias.
Debemos alimentar nuestro espíritu crítico haciendo balance de todo aquello que somos y hacemos y ver la eficacia que hay o no hay en ello. Nuestra actitud crítica no debe ser un simple afán de contradicción, dudar por dudar de las cosas, sino, como indica Karl Jaspers, entender nuestro espíritu crítico como fuente de sabiduría.
Lo que empieza a ser una realidad es que, en la actualidad, el aprendizaje no está en un sitio concreto, sino en todas partes. Todo puede ser excusa de aprendizaje, porque todo es un acto educativo. Es lo que Cristóbal Cobo y John Moravec denominan una educación expandida. Por eso, como comentan Olga Casanova y Lourdes Bazarra, la vocación de la escuela es la de convertirse en un libro tridimensional que aprende de su entorno, lo integra y saca partido de él. Es, en pocas palabras, la oportunidad que tienen nuestros alumnos, juntos con los profesores, de hacer experiencia del conocimiento.
La era VUCA que nos está tocando vivir (de Volatilidad, Incertidumbre – uncertainty en inglés –, Complejidad y Ambigüedad) dificulta un poco este camino de aprendizaje, pero es posible superarlo si tenemos claro que nuestra actitud frente a todo esto debe ser de vitalidad, asombro, constancia y fe. A su vez, como indica Meirien, deben ser fundamentales el aprendizaje del pensamiento y la experiencia colectiva de trabajo.
Esto nos obliga a dominar dos aspectos importantes para este proceso de innovación pedagógica: comprender bien el proceso de aprendizaje actual y saber cómo gestionarlo. Debemos convertirnos en expertos en aprendizaje.
Para ello, debemos creer que el camino es personalizar nuestro colegio, es decir, hacer una escuela personalizada basada en tres pilares:
- Flexibilidad en el aprendizaje: Cada niño tendrá la formación adaptada a sus necesidades. Es una aplicación concreta de la pedagogía dinámica o de movimiento de la que hablamos en Schoenstatt.
- Pensar en grande: Debemos alimentar los anhelos y deseos de nuestros alumnos desde lo que ellos son para que sean el motor de su aprendizaje y el propósito de sus vidas. Los llevamos a lo más alto aplicando una pedagogía de ideales y de confianza, como nos enseña el padre Kentenich.
- El conocimiento, cuando toque: La verticalización curricular y el marco metodológico nos ayudará a la inferencia del aprendizaje y a que nuestros alumnos aprendan a aprender y a gestionar todo lo necesario para un futuro que no conocemos. De nuevo, encontramos una aplicación práctica de la pedagogía dinámica, que nos ayuda a aterrizar en cada alumno, para ajustarnos a su momento madurativo.
Éste es nuestro camino de innovación y de crecimiento académico. Y este camino requiere de constancia, esfuerzo, compromiso y reflexión constante.
Javier Luna
Responsable de la Comisión de Innovación Pedagógica