Antes de abordar la cuestión acerca del papel que juega el Colegio en la educación de nuestros hijos, debo comenzar admitiendo que la elección del Colegio fue una de las primeras y más difíciles decisiones que tuvimos que afrontar en relación a la vida de nuestra primera hija. Era grande la preocupación y el desasosiego generado por la necesidad de encontrar el lugar idóneo en el que nuestro ser más querido, tan indefenso y vulnerable, pasaría la mayor parte de su tiempo y se formaría como persona. Es paradójico que ahora, con el paso del tiempo, esa preocupación se presente sólo los días que nuestros hijos no tienen Colegio…
En cualquier caso, en nuestra búsqueda del Colegio idóneo teníamos una serie de prioridades, entre las que destacaban el carácter religioso del centro y el bilingüismo, que por aquel entonces se antojaba imprescindible.
Es justo reconocer que la capacidad de optar por un centro u otro y de dirigir la búsqueda en función de tus prioridades, no es una facultad común que esté al alcance de la mayoría de padres que, en buena parte, no pueden permitirse optar por otro centro distinto al que les corresponda por ubicación, lo que, en los tiempos que corren, resulta una limitación dramática.
De este primer y breve acercamiento podemos intuir que, en nuestro caso, y he de reconocer que quizá de forma menos rotunda que ahora, dábamos prioridad al deseo de una educación basada en la formación humana, pues el factor humano era el que nos movía en ese momento, más allá de la formación académica o curricular, que quedaba así en un segundo plano sin que ello significara negar su importancia.
Sin ánimo de parecer vulgar y con la idea de aportar una nota de humor, se me ocurre traer a colación una metáfora que utilizo a menudo. En mi opinión, hoy en día, ir a una pizzería y que te sirvan una pizza mediocre, que no esté rica y sabrosa, tiene delito y debería suponer un reproche automático y fulminante para el establecimiento en cuestión. Pues bien, creo que con los colegios sucede lo mismo, es decir, se presupone una capacidad académica y curricular suficiente, de tal forma que, te decantes por uno o por otro, podrás disfrutar de una formación académica “rica y sabrosa”, ¡sólo faltaba!
En nuestro caso, por tanto, podríamos hablar de un debate entre la mayor relevancia de estas dos formaciones, la humana, por un lado, y la académica, por el otro.
Sin embargo, la experiencia que empezamos a acumular con el paso de los años nos ha permitido superar este debate, pues cada vez somos más conscientes de que lo verdaderamente relevante es la formación humana de nuestros hijos, sin ningún género de dudas y por encima de cualquier otra consideración.
Esta formación humana y cristiana, precisamente, es la que terminará de forjar la personalidad de nuestros hijos y les permitirá reconocer sus capacidades personales y académicas para aprovecharlas y obtener un mayor rendimiento. En cuanto a la formación académica y curricular, volviendo a la metáfora culinaria, lo cierto es que, aun cuando se presuponga una capacidad y calidad académica a cualquier Colegio, la realidad es que la oferta es amplia y la posibilidad de elegir entre los ingredientes que más te gustan también.
El Colegio, lejos de ser un mero lugar de paso, debe ser capaz de descubrir y desarrollar las capacidades del alumno de una forma personalizada, para lo que es imprescindible que disponga de un profesorado que sepa motivar e identificar esas capacidades. No importa si tu hijo es mejor o peor estudiante que los demás, ni si es más o menos inteligente, lo verdaderamente importante es que sea capaz de dar el 100% de lo que tiene y para eso es imprescindible un Colegio que sepa identificar las capacidades de cada alumno y exprimirlas al máximo. Centrándome ya en la formación humana de nuestros hijos, en mi opinión, el Colegio y los padres somos corresponsables, tanto de su enseñanza como de su educación. En este sentido, me atrevería a distinguir entre la formación social, responsabilidad principal de los padres, que necesitaremos de forma indudable el apoyo y acompañamiento del Colegio, y formación espiritual o cristiana, de la que, en nuestro caso concreto, se encargará principalmente el Colegio, en su aspecto más teórico, con la imprescindible implicación y participación de los padres, en su aspecto más personal y emocional.
En el Colegio Nuestra Señora de Schoenstatt hemos aprendido la importancia de los vínculos en la formación humana de las personas y esos vínculos están perfectamente representados por la familia y el Colegio, que deben fomentar experiencias positivas, pues estos vínculos no son ajenos a la personalidad de nuestros hijos, sino que formarán parte de ella para siempre.
Lo que yo pido al Colegio es que sea capaz de generar esas experiencias positivas, ese vínculo imprescindible para estimular la formación sana y el crecimiento interior de nuestros hijos. Un Colegio en el que nuestros hijos se sientan queridos y valorados. Un Colegio que identifique las capacidades de sus alumnos y les acompañe, junto con los padres, en su formación como personas fuertes, íntegras, firmes, con valores y con principios, con carácter y con alma. En definitiva, en personas libres y capaces de dar lo mejor de sí y de superar todas sus debilidades y los obstáculos que se encuentren en su vida, capaces de distinguir entre lo bueno y lo malo y de decidir libremente. Este sería, en mi opinión, el papel que debería tener el Colegio en la educación y en la vida de nuestros hijos.
Roberto Martín Figueruelo
Padre