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Una hermosa experiencia de servicio en los pueblos de Valencia con nuestro Colegio


Estar en una situación de emergencia después de un desastre natural y poder acompañar a personas en su dolor no es una experiencia que se pueda tener todos los días.

Ha sido un gran regalo que surgiera en nuestro Colegio el deseo de ir a ayudar a nuestros hermanos de Valencia. Todo fue muy improvisado, pero la manera cómo iba saliendo cada detalle, hablaba desde el principio de que Dios quería que fuéramos allí.

Fuimos enviados a esta aventura 26 voluntarios: 10 adultos y 16 alumnos -2 de 4º de la ESO y 14 de 1º de IB- el viernes 8.11, con la celebración de la eucaristía en el Santuario, presidida por D. Borja, capellán del Colegio. Salimos con la confianza puesta en Dios y en la Mater.

Hicimos un viaje un poco más largo de lo habitual (por los cortes de tráfico en la zona y por los muchos voluntarios que se dirigían allí el fin de semana), llegando a las 22:00 hrs. a nuestro destino: El Palmar una pedanía de Valencia, que no fue afectado por el desastre natural.

Una familia del Colegio financió el autobús, cuya empresa Rubimar además nos había hecho un precio módico. Familiares de una trabajadora del Colegio, Araceli García (que fue quien tuvo la idea e impulsó esta iniciativa), nos facilitaron, junto al Párroco del Palmar y feligreses, sitio para dormir y las comidas gratis.

Tras cenar, hicimos una breve oración de la noche y nos dispusimos a dormir, en el local de los “Falleros” del pueblo. Con esterillas y sacos, jóvenes y adultos descansaron lo que pudieron esa noche.

El desayuno del día siguiente nos reconfortó, pues el pueblo preparó para nosotros un delicioso café y pan con embutidos, para coger fuerzas.

Tras un breve recorrido de autobús pudimos llegar por fin a la zona afectada. Por el camino nos impactó ver policías acordonando zonas de la Albufera porque todavía no consiguen sacar todos los difuntos que han ido a parar a ese gran lago…La belleza natural del lugar se confundía con un sentimiento amargo al pensar que muchos familiares de personas están allí…

Empezamos a caminar por las calles llenas de barro, coches destrozados y montones de basura. Nos decían algunos: “He perdido mi coche y mi negocio, pero estoy con vida y los míos están bien”. Pero los que perdieron seres queridos y los que además no los han encontrado todavía, tienen y tendrán seguramente por mucho tiempo un profundo dolor.

Nada más llegar a la zona de desastre, al pasar por una casa a pie de calle, donde había muchísimo barro por todos lados, vimos un matrimonio mayor en la puerta de su casa. Nos pusimos a hablar con ellos y la señora se dio cuenta de que Ernesto – uno de los alumnos- tenía puesto una especie de cabestrillo, hecho con cinta de embalaje (había dormido en el suelo la noche anterior, como todos y se había hecho daño en un hombro). Le preguntó preocupada: ¿Qué te pasa en el hombro, tienes algún problema? Enseguida le dijo a su marido: “Vamos a buscar una bufanda para hacerle un cabestrillo más cómodo”. Él le contestó “No tenemos…, recuerda que la ropa de invierno estaba en la planta baja…” Ella le dijo: “no importa, voy a subir al primer piso a buscar algo que pueda servir”. Subió y trajo un pañuelo de ella, de esos grandes y se lo puso a Ernesto con un cariño de madre que me impresionó mucho. Nos contó que estaba muy agradecida de Dios, pues su madre se había salvado de la inundación, porque justo ese día había estado de visita en casa de otro familiar fuera del pueblo. Pero que la hermana de su madre, de 91 años, había fallecido ahogada en su silla de ruedas… Ellos daban gracias a Dios de estar sanos y esperaban a su hija, que iba a venir con materiales de limpieza para ayudarles a terminar de sacar el barro de su planta baja. Estaban agradecidos de que la calle donde vivían había sido de las primeras donde se despejaron los coches y el barro… Me impresionó que en ningún momento tuvieron una queja amarga o una palabra desagradable, sino solo gratitud a Dios, una sonrisa y deseos de ayudar, aun cuando eran personas de edad. Al despedirnos nos dijeron que si necesitábamos comida nos podían cocinar algo y me aconsejó que pasáramos al ambulatorio para que el médico revisara a Ernesto… Se veía que se alegraban muchísimo de ver gente joven con ganas de servir y de ayudar. Este primer testimonio me llenó al corazón de fuerza de amor.

Después de pasar por el ambulatorio (donde lo primero que nos preguntaron es si se había hecho una herida, pues con el barro están el tétanos y otras bacterias haciendo de las suyas), fuimos con todo el grupo a una escuela pública de infantil y primaria. Me sorprendió ver a muchos padres de los niños y profesores sacando el barro de las clases, también con buena actitud, aunque se les notaba el cansancio… A nosotros nos tocó limpiar el patio de los pequeños y la verdad es que quedó bastante bien. Pero el problema era que sacábamos todo el barro y el agua hacia la calle, donde había más barro y se formó un gran lodazal. Gracias a Dios pudo pasar una máquina despejando la zona y se llevaron el barro que habíamos metido a la calle y todo quedó un poco mejor.

Después de comer en una placita donde había otros voluntarios, con los cuales conversamos y compartimos experiencias, nos fuimos a ver si necesitaban ayuda en otro centro escolar. Todos los desplazamientos por la calle nos hacían tomar contacto con situaciones muy complicadas, como garajes inundados donde había policías sacando coches y toda la gente con sus negocios destrozados sacando todo tipo de muebles para tirar. Amontonamientos de basura por todos lados y muchos, muchos coches destrozados … Gracias a Dios había sol, pero pasábamos por sitios donde olía bastante mal, porque los montones de basura se empezaban a descomponer.

Como en el colegio donde íbamos ya estaba todo más o menos controlado, nos mandaron a un centro cultural donde había entrado el barro de una manera impresionante, pues llegaba hasta la mitad de la pantorrilla en un charco que ocupaba todo el patio central del edificio. Empezamos a sacar el barro en cubos hacia la calle, pero los vecinos de los edificios de enfrente se pusieron a gritar que no tiráramos ese barro allí, porque luego no podrían utilizar la calle. El Concejal de urbanismo se presentó para decirnos que iba a enviar una máquina para quitar el barro y que siguiéramos sacando lo que había dentro del edificio. Hubo un momento tenso en que no sabíamos si seguir haciéndolo, porque los vecinos continuaban nerviosos, gritando desde las ventanas de los pisos de enfrente. Pero nos decidimos a terminar la labor, confiando en que el Concejal iba a cumplir su promesa. Casi al irnos vino la máquina y vimos que todo quedó más o menos arreglado. Fue una satisfacción poder sacar esa gran cantidad de barro entre todos y conseguir dejar el patio despejado.

Después seguimos caminando y encontramos que hacía falta ayuda para sacar agua y barro de un aparcamiento. Además, faltaban manos para tirar trastos en un contenedor. Así que seguimos trabajando un rato antes de volver al autobús para regresar al pueblo del Palmar, donde estábamos alojando.

Al llegar allí la gente del pueblo nos esperaba para abrirnos sus casas, de tal manera de poder asearnos antes de asistir a la Santa Misa que ofició el párroco del lugar, don Antonio. Él nos contó que la gente estaba al principio reacia a recibirnos en sus hogares, porque decían que el barro traía enfermedades, según habían visto en las noticias de la tele. Don Antonio les tranquilizó y les dijo que no se preocuparan, que no les iba a pasar nada y la gente luego estaba muy agradecida de haber podido acoger a los voluntarios.

La Misa fue muy bonita: pudimos cantar y también los chicos dieron un pequeño testimonio de lo que había sido para ellos la experiencia de ese día. El pueblo del Palmar tiene solo 800 habitantes, la mayoría de ellos son gente mayor. Luego nos decían que había sido para ellos un regalo recibirnos, pues sentían que, ya que no podían ir a ayudar a los pueblos afectados, al menos podían sentirse útiles dando un servicio a los voluntarios y de esa manera sentir que colaboraban. Todo era al final como una gran “cadena de favores”.

Después nos invitaron a cenar en el salón parroquial y estuvimos conversando con ellos. Para cerrar el día tuvimos una oración de la noche en la Iglesia, donde pudimos compartir experiencias y fue un momento muy entrañable en torno a la imagen de la Virgen Peregrina, nuestra Reina.

Al día siguiente, después de desayunar unas deliciosas “cocas” valencianas y chocolate caliente, que nos regaló un restaurante del Palmar (vinieron ellos mismos a servirnos); cogimos el autobús para irnos de nuevo a trabajar.

Esta vez nos tocó despejar de barro y de muebles humedecidos un espacio de ocio juvenil del Ayuntamiento de Alfafar. Después de vaciar entre todos con una cadena humana una bodega enorme, pudimos limpiarla y también todo el espacio quedó bastante mejor después de quitar el barro grueso, dejándolo preparado para una limpieza un poco más fina y que así puedan volver a utilizarlo. El Concejal nos agradeció mucho, pues los jóvenes necesitan tener un lugar de ocio en estos días tan duros.

Al volver al autobús con un sol precioso, nos parecía un inmenso contraste la belleza del clima y de la naturaleza con todo el barro y desorden de las calles… En el corazón se grabaron esas imágenes duras al despedirnos de Sedavi y Alfafar…

Como broche de oro de esta experiencia única, la Mater nos tenía de regalo una paella valenciana, preparada por una familia que nos recibió en su casa a todos para comer. La verdad es que pudimos irnos con ese “buen sabor de boca”, tanto por la deliciosa comida como por el acogimiento de todas las personas de El Palmar, empezando por el Párroco junto a toda la familia parroquial, que estaban felices de poder ayudarnos, pues sentían que de esa manera podían también ayudar en la situación de los que fueron afectados por la DANA.

El sentimiento de “familia humana” que se experimentaba en el Palmar y también en las calles de los pueblos afectados, es algo poco común y que sin duda Dios regala cuando se producen momentos de tanta fragilidad y dolor. Fue impresionante compartir con las personas que al pasar nos regalaban agua, zumos, guantes y hasta calcetines… Era hermoso escuchar que nos dijeran por las esquinas: “¡¡¡Gracias por venir a ayudarnos, gracias, gracias por venir!!!”

Me dio mucha alegría ver a nuestros jóvenes del Colegio entregados por la causa, sacando lodo, quitando basura mojada y llena de barro de la calle, limpiando el suelo con fregonas… Sentí un gran orgullo por el Colegio, por sus alumnos, trabajadores y familias.

La verdad es que uno siente que hace tan poco, es tantísimo lo que queda por hacer; pero al menos el haber podido estar allí nos ha hecho posible experimentar un sentimiento de profunda gratitud por todo lo que tenemos en el día a día, la esperanza de que la humanidad sigue siendo humana y solidaria, y la conciencia de que no podemos olvidar a los que sufren, llevándoles lo que tenemos: en primer lugar nuestra fe y nuestras manos para servir.

 

Hermana Susana María Dinamarca